martes, 14 de octubre de 2008

FILOSOFÍA DE LA FUNDACIÓN APIC

PABLO MARTÍNEZ DE ANGUITA
Fundacion APIC - España
Ante este panorama mostrado en los últimos dos artículos, la Fundación APIC quiere caracterizarse por un humanismo solidario como herramienta de trabajo en los proyectos de desarrollo rural. Los proyectos de desarrollo rural requieren requerido que “la implicación con la necesidad no se quedara en una mera relación de compasión, sino que las personas se convirtieran en verdaderos compañeros”[1] Por ello, el punto crucial de la cooperación al desarrollo es el interés y afecto por las personas concretas y sus circunstancias: “la tarea a realizar no consiste prioritariamente en proporcionar una serie de recursos materiales, sino en compartir la vida y el destino, afrontando conjuntamente las necesidades concretas de las personas, desde la falta de alimentos hasta la exigencia que todos tenemos de ser educados a descubrir nuestro propio yo y el significado de la realidad[2]”.
La consideración de todas estas cuestiones ha ido cristalizando en una serie de principios que pretenden ser aplicados en el diseño de proyectos de desarrollo. Estos principios son los de sostenibilidad, solidaridad, participación subsidiaridad, educación y eficacia.

Principio de sostenibilidad
El concepto de desarrollo sostenible fue introducido en la agenda internacional en 1987 en el marco de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, (Comisión Brundtland) con el informe “Nuestro Futuro Común” y fue confirmado por los gobiernos como prioridad internacional en la Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, conocida como Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992. La definición más universalmente aceptada proviene de la Comisión Brundtland y considera que el desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Este mantenimiento de las capacidades a lo largo del tiempo, se manifiesta en las siguientes exigencias:
Que las actividades humanas no sobrepasen la capacidad de carga de los ecosistemas para continuar proporcionando bienes y servicios ambientales de manera continua. Esto engloba cuatro aspectos: los recursos renovables (como caza, pesca, bosques, etc.) deben aprovecharse a un ritmo que no exceda su tasa de renovación; los recursos no-renovables (combustibles fósiles, minerales, rocas, etc.) deben consumirse de forma que se permita su progresiva substitución por otros renovables; los residuos deben ser generados en una cantidad que el ecosistema sea capaz de asimilar o reciclar o, al menos, minimizar la producción de residuos; y, por último, la biodiversidad debe conservarse.
Que el resultado de la actividad económica se distribuya de manera equitativa entre los distintos grupos sociales, considerando la distribución intergeneracional y también entre las distintas regiones o territorios.
Que la calidad de vida y las necesidades humanas queden satisfechas pero realizándose con el máximo de eficiencia y mínimos impactos.
Una interpretación amplia del principio de sostenibilidad debe, además, tener en cuenta que la conservación -el cuidado- no puede partir únicamente de la consideración exclusivamente utilitarista de los bienes, sino más bien, de un respeto por la integridad que los seres humanos encuentran en el planeta propiciada por un sentido de admiración por la naturaleza y su orden
[3]. De no ser así, “la consideración de la naturaleza como algo dominado o que dominar, simple entorno del hombre, fuente de materias primas y recursos naturales, modificable a nuestro gusto, utilizable como sede de nuestras actividades, significaría al fin y al cabo la no pertenencia del hombre a la naturaleza; la naturaleza carecería de valor y no tendría otro sentido que el que quisiéramos darle, no sería, en suma respetable.”[4]

Principio de solidaridad
La solidaridad puede entenderse como la capacidad de comprender y compartir el destino que cada ser humano lleva implícito tanto con el resto de los hombres como con el resto de criaturas y con el planeta en su totalidad. Ésta necesariamente ha de partir del sentido del cuidado y admiración ante lo que se respeta, tanto de personas como de paisajes.
Son muchos los autores que han puesto de manifiesto la mutua interdependencia entre ecosistemas y personas, y la necesidad de una nueva solidaridad global para conservarla. La solidaridad es un principio básico que debe regir cualquier actuación social y política: es expresión de la fraternidad humana en todos los campos de la convivencia, y es respuesta también al principio de justicia social
[5] que lleva a vencer el abismo existente entre el superdesarrollo unilateral de algunas comunidades y el subdesarrollo insoportable de las más, también en lo que a la degradación del entorno natural se refiere.
Respecto a la solidaridad entre personas, la conservación de la naturaleza no puede considerarse como un privilegio de los países desarrollados, en los que las necesidades básicas ya están cubiertas, sino que debe abordarse como una herramienta útil para favorecer el desarrollo de todos los pueblos. Una gran multitud de personas vive en condiciones de miseria, en el más bajo nivel de supervivencia, al tiempo que otras sociedades siguen acumulando bienes superfluos despilfarrando los recursos disponibles. Respecto a la solidaridad con la naturaleza, es necesario recordar que solidaridad y sostenibilidad están íntimamente relacionadas. Es más probable que la sostenibilidad se consiga cuando se deje de concebir al hombre como intérprete y dominador de la naturaleza para transformarse en dominador de su dominación y en buscador de un significado y un destino común para él y su planeta.

Principio de participación
La participación es el proceso de compartir decisiones sobre los asuntos que afectan a la vida personal y de la comunidad en la que se vive. La participación es quizás la demanda más seria de la solidaridad, la que primero aparece tras la satisfacción de las necesidades elementales y aún junto con ellas.
[6].De forma específica, la participación ambiental es un proceso que posibilita la implicación directa en el conocimiento, valoración, prevención y mejora de los problemas ambientales[7].
En el ámbito de la cooperación este principio se concreta en la participación de todos los agentes. La participación es un principio que afecta tanto a receptores como a donantes
En los países receptores de ayuda, la participación permite que los recursos de cada territorio (humanos, naturales, económicos, culturales) sean valorizados por los propios agentes locales, y que éstos constituyan la base de la creación de nuevas actividades sostenibles generadoras de empleo y de riquezas. Las personas que forman parte de un proceso de desarrollo participado experimentan un sentimiento de pertenencia, se sienten integrados en una organización común y se reparten las obligaciones y derechos para resolver las necesidades colectivas y mejorar las condiciones de vida, las propias y las de aquellos que les rodean convirtiéndose en los verdaderos protagonistas de su desarrollo
[8]. La participación es el factor que permite que el donante, pierda “control” sobre el proyecto y, a cambio esto, la población beneficiaria consiga la apropiación y sostenibilidad, “logros preciosos” en nuestro campo de trabajo[9]
Existen diferentes formas y grados de participación, que oscilan desde fórmulas de participación superficial y pasiva -como la mera exposición a información pública de los proyectos o la consulta, a través de encuestas o sondeos, de las demandas sociales- hasta propuestas de participación profunda y activa, orientadas a la toma de decisiones y el control ciudadano de la gestión pública[10].
La participación social es además una expresión del principio de subsidiariedad de los gobernados y concepción orgánica de la vida social que permite contar con el apoyo de las organizaciones que tienen como fin la tutela de los bienes naturales.

Principio de subsidiaridad
La subsidiaridad consiste en el principio por el cual “una estructura de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales con miras al bien común
[11]”. Este principio exige que ni el Estado ni ninguna sociedad más amplia suplante la iniciativa y la responsabilidad de las personas y las asociaciones generadas por éstas para lograr su desarrollo.
Esta exigencia implica no sólo la participación activa de los actores sociales en las instituciones locales y regionales, sino la necesidad de que sean las propias instituciones las que desde un verdadero interés por las personas para las que trabajan permitan su propio crecimiento y desarrollo tanto personal como de comunidad que madura hasta asumir sus propias decisiones sobre los asuntos que afectan a la vida personal y de la comunidad en la que viven.
La subsidiaridad implica que el Estado, a través de sus actuaciones en cooperación debe favorecer que sea la sociedad la que se responsabilice en primera instancia de la conservación de sus ecosistemas y por lo tanto de su gestión sostenible, sosteniendo, valorando y equilibrando en su caso las iniciativas de una sociedad “viva”.
El principio de subsidiaridad plantea que si bien todo crecimiento resulta al fin un asunto personal, y por lo tanto nadie puede sustituir a otro en su crecimiento personal o comunitario, lo que sí es posible y, a la vez, requerido, es ayudar a crecer, lo que lleva al último de los principios, la educación.

Principio de educación
Educar significa introducir a la persona en la realidad, profundizar en el sentido que tienen las cosas, descubrir su valor. Es una acción intencional que contribuye a proyectar las posibilidades, capacidades y la personalidad de cada individuo, y a crear, corregir y ordenar tendencias para crecer como personas. Es una acción positiva capaz de lograr de cada sujeto su aportación personal a su sociedad
[12].
Todos los aspectos de la realidad tienen un significado, desde una poesía a un teorema. Por ello, la educación no es solamente instrucción, no puede renunciar a transmitir el significado de la realidad que se estudia. La educación es invitación a descubrir la verdad de lo que existe de modo que el afecto por las cosas no decaiga, de ahí que sea un requisito educar en libertad. Educar es enseñar a apreciar la realidad, a comprender cómo ésta con su positividad y atractivo nos reclama, cómo se convierte en el objeto de nuestra búsqueda, de nuestra libertad. Los bosques y su contemplación es un ámbito donde se verifica fácilmente este atractivo. La belleza y la armonía de un bosque constituyen un motor que nos impulsa a conservarlo. Esta belleza exige una adhesión que hace entrar en juego a nuestra libertad. El seguimiento de lo atractivo exige un afecto fundamental que no puede darse sin libertad. Este afecto conduce al interés. Si éste cesa, el movimiento y el crecimiento que el objeto -en nuestro caso la naturaleza- genera decaen. Sin esta educación basada en el afecto libre por la realidad, que no es otra cosa que inversión en capital humano en su más completa acepción, la instrucción tiene más dificultad para traducirse en desarrollo para todos, único y verdadero instrumento de paz entre los pueblos. Sin esta educación, la instrucción y el uso de la ciencia y la tecnología corren el peligro de provocar solamente violencia, dictadura e injusticia
[13].
Por otra parte, además de esta relación entre libertad, afecto, desarrollo y paz, la conservación de la naturaleza añade otro ingrediente fundamental a la educación. La educación para la conservación y la solidaridad están íntimamente ligadas. La contemplación de la belleza invita a presentir un sentido básico de solidaridad. El mundo natural permite intuir en su armonía un siginificado positivo que responde de una forma común a exigencias humanas básicas de plenitud y felicidad. Por ello educar ya sea en la solidaridad o en la conservación, no puede ser una instrucción sobre métodos, sino sobre todo una profundización del sentido hallado a partir de una o varias experiencias propuestas y vividas. La educación para la conservación debe ayudar a admirar la belleza de toda la naturaleza, y a comprenderse uno mismo como parte de algo más grande en lo que también están presentes los demás en la misma forma que uno mismo
[14]. Educar en esta solidaridad y para la conservación, es una iniciativa indispensable para favorecer una conducta cuidadosa y respetuosa con nuestro entorno natural y humano, y puede y debería hacerse de un modo conjunto. Todos los miembros de la sociedad tienen un cometido preciso a desarrollar, la educación ayuda a encontrarlo y a activarlo. Educar en la responsabilidad ecológica es parte de ese cometido, es una responsabilidad con nosotros mismos y con los demás y con el medio ambiente.

Principio de eficacia y eficiencia
La eficacia es la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera, sin que priven para ello los recursos o los medios empleados. La eficiencia es la capacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles. Las acciones de cooperación deben garantizar que los beneficios últimos llegan las poblaciones más desfavorecidas y deben guiarse por el principio de máxima eficacia. La eficacia requiere ser medida, lo que plantea la necesidad de conseguir resultados verificables, evaluables y cuantificables, lo que a su vez exige el desarrollo de criterios e indicadores para medir dicha eficacia. Así mismo se deben primar las acciones que permitan lograr mayor número de objetivos evitando el despilfarro de recursos, es decir lograr una cooperación eficiente, la cual debe llevar a buscar sinergias y a identificar las cuestiones clave y áreas prioritarias que permitan multiplicar el efecto de los proyectos.

[1] CESAL. 2002. Buenas noticias nº 1.
[2] CESAL. 2002. Buenas noticias nº 2.
[3] Un ejemplo de este sentido de admiración que precede al respeto puede encontrarse bellamente descrito en la obra póstuma de Rachel Carson “The sense of wonder” (1965, Harper Collins Publishers). Carson, pionera del conservacionismo y famosa por su lucha contra la expansión del DDT en la década de los sesenta, escribe sobre la importancia de descubrir nuestra capacidad de maravillarnos ante la naturaleza con la sencillez y fascinación de un niño.
[4] Ramos, A. 1993. ¿Por qué la conservación de la naturaleza? Discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. FUCOVASA. Madrid.
[5] Numerosos autores consideran el principio de justicia ambiental como incluido dentro de éste.
[6] La población participa en un proceso de desarrollo en la medida en que tiene un motivo: satisfacer sus necesidades. Las necesidades sociales son las que comprometen en mayor o menor grado o extensión a la comunidad, y no sólo a un individuo. Estas necesidades y aspiraciones de la comunidad se expresan en la demanda social. La demanda social es la propuesta de acción que resulta de la identificación y manifestación de los problemas con que la comunidad tropieza en su marcha histórica. Satisfacer dicha demanda social, es decir, las necesidades que siente y expresa, es lo que motiva a una comunidad a mejorar y, en consecuencia, a aprender lo que necesita para mejorar (Martínez de Anguita, P. 2006. Desarrollo Rural Sostenible. McGraw Hill. Madrid).
[7] Martínez de Anguita, P. 2006. Desarrollo Rural Sostenible. McGraw Hill. Madrid.
[8] Martínez de Anguita, P. ibidem.
[9] IDB, Resources Book on Participation.
[10] Orduna (2004) en Martínez de Anguita (2006) propone la siguiente escala en la participación:
Dar parte: comunicar, informar, notificar (manifestar la demanda social).
Tomar parte: intervenir, actuar (actuar e intervenir para satisfacer las necesidades sociales).
Tener parte: compartir cosas, sentimientos e ideas (Tener sentimiento de comunidad, creerse un proyecto común, construir un local social, etc.).
Formar parte: unirse para cooperar en algo (Organizarse en un Grupo de Acción Local; crear una asociación).
Repartir: recibir una parte de algo que se distribuye (Distribución de responsabilidades, beneficios, tareas y cargos; reparto de ventajas y beneficios).
[11] Compendio de Doctrina Social de la Iglesia Católica, §1883. En www.vatican.va
[12] Orduna (2004) define la educación para el desarrollo como una disciplina específica de la educación que consiste en el “conjunto de acciones que buscan el conocimiento y entendimiento de quienes protagonizan el proceso de mejora socio-económica”. Además distingue la educación para el desarrollo de la “educación para la cooperación al desarrollo”, que es definida como el conjunto de acciones que buscan el conocimiento y el entendimiento del que da la ayuda, así como su capacitación y preparación para darla, siendo uno de sus modos la sensibilización.
[13] Vittadini G. Educación+Instrucción=Desarrollo. En Buenas Noticias. Cesal, nº 7. Diciembre, 2003.
[14] Al respecto ver “Martínez de Anguita, P. 2002. La tierra prometida. Una respuesta a la cuestión ambiental. EUNSA. Pamplona.